LES MAUVAISES FRÉQUENTATIONS (1963)
SANTA CLAUS HAS BLUE EYES (1966)
THE VIRGIN OF PESSAC (1968) jul-23
THE PIG (Le Cochon) (1970) jul-23
NUMERO ZERO (1971) jul-23
LA MAMÁ Y LA PUTA (1973) DCP Disponible
MIS PEQUEÑOS AMORES (1974) DCP Disponible
A DIRTY STORY AND A DIRTY STORY TOLD BY JEAN-NOEL PICQ P. (1977) jul-23
THE VIRGIN OF PESSA 79 (1979) Documental jul-23
ROBINSON`S PLACE jul-23
LES PHOTOS D´ALIX (1980)

Durante años fue conocido entre los cineastas franceses por ser el marido de la secretaria de Cahiers du Cinéma. Hasta que en 1963 estrenó un mediometraje y monstruos como Truffaut, Godard y Rohmer reconocieron en él a un compadre. Timbero, borracho, mujeriego, proletario y dandy, Jean Eustache (Pessac; 30 de noviembre de 1938-París; 5 de noviembre de 1981) apenas pudo filmar un puñado de películas y documentales antes de que la falta de reconocimiento lo empujara primero a realizar cortometrajes por encargo y luego al suicidio, en 1981.
Prácticamente desconocido en España, incluso en medios académicos y profesionales, que suelen asociar su nombre sólo con la película La Maman et la putain (1973). También en Francia existe un olvido injusto, no por parte del público, que no administra el legado ni el prestigio de los creadores, sino de los gestores de la cultura, al servicio de la industria. (…) Comparada con los ríos de tinta que se han vertido a propósito de cineastas coetáneos, mayores y menores, la fortuna de Eustache resulta mezquina, lo que quizás no esté mal, en el sentido de que, poco frecuentado por la crítica y la teoría, su cine mantiene intacto cierto hermetismo que le es propio, una especie de resistencia y de altivez del pobre convencido que no quiere dejar de serlo a costa de asumir compromisos indeseables.
Eustache fue en su momento un cineasta excéntrico y sobre todo disconforme con su tiempo. Cuando los creadores de la Nouvelle Vague, algo mayores que él, estaban integrándose en un neoclasicismo, diferente del cine de qualité o, con palabras de Truffaut, “cinéma de papa”, pero tan institucional como él, hablaba de revolución refiriéndose a la cultura y al cine. Decía que no quería hacer revoluciones que consistieran en dar grandes pasos hacia adelante sino hacia atrás, en busca de lo primigenio, de lo primitivo quizá, de lo que no se pudiera reducir a técnica. ¿Era por ello reaccionario?, se preguntaba él mismo hace casi treinta años. Ahora podríamos tranquilizarle con un rotundo “no”, que es lo que, en el fondo, hubiera querido. No era un reaccionario, era un hombre lúcido, descontento con su suerte. Transmitió la amargura y el fastidio que le causaba la quiebra de los ídolos, aunque fueran falsos, después del mayo francés, y el vacío y la nada que quedó tras esa efímera revolución, plagada de contradicciones en lo público y en lo privado. Pero sobre todo era un artista tocado por la melancolía que produce la mediocridad circundante, esa vida insustancial de la segunda mitad del siglo XX, marcada por la dictadura de los medios de comunicación, un bienestar insulso y un arte que ha perdido su razón de ser y se ha convertido en mercancía.
Jean Eustache siempre fue un hombre abrumado. “Soy un ciudadano en una tierra ocupada por fuerzas extrañas”, declaró en 1978, en una entrevista concedida a Cahiers… “Esta profesión no me permite ser libre y no sé cuánto tiempo durará esta situación. Estoy en un túnel, lo siento físicamente”.
Averiguó el fin de su “situación” pegándose un tiro el cinco de diciembre de 1981. Ya en 2005, Jim Jarmusch, que debió de conocer a Eustache en sus años parisinos, cuando frecuentaba la Cinemateca Francesa, le dedicó Flores muertas. Wenders, como ya hemos visto, le había homenajeado incluyéndole en la comparsa de estafadores y asesinos de El amigo americano. Una paradoja para un cineasta que se mató agobiado por la búsqueda de la pureza fílmica.